Camino sola por el Bioparque disfrutando de la tranquilidad Baricharense cuando al llegar al estanque, un poco más abajo del quiosco, vi un pez dando sus últimos coletazos en medio del barro, el verano de estos primeros meses ha hecho que el agua merme y no tenga hacia donde nadar. Lo cogí con mi mano para soltarlo luego en la parte más honda y mientras lo miro irse pienso que es el agua, ese tema aun no resuelto, el punto de quiebre no solo de Barichara sino de gran parte de este hermoso territorio, como pude comprobarlo en diciembre del año pasado cuando vinieron a visitarme de Bogotá mi hermana, su esposo y su hijo, a los cuales instale en un par de alcobas que tenía preparadas. Al cabo de un rato mi sobrino adolescente coloco a un volumen un tanto exagerado a la muy dolida Shakira cantándole indirectas a su marido infiel, acompañada ella de unos beats de bajos profundos entre los cuales noté unos un poco a destiempo y bastante estruendosos “Quizá una mezcla intrépida de algún dj novato” pensé. Ya en la noche y con cara de aspaviento la presentadora de noticias informaba cómo una epidemia de gastroenteritis tenía sentada en la taza del baño a la mitad de la población del vecino municipio de San Gil a causa de la pésima calidad del agua. Las tripas se me encogieron de solo pensar que la feroz epidemia se extendiera a Barichara. En eso volvió a sonar la música a alto volumen seguida del cerrar de dos puertas. Salí de mi cuarto y ya asomada al patio vi claramente como mi cuñado entraba con rapidez al tercer y último baño disponible de la casa cayendo en cuenta enseguida… ¡No eran beats a destiempo! eran las tremendas detonaciones estomacales del chiquillo unidas ahora a las de sus progenitores, las cuales, aunque sonaron en un principio con pudor y timidez crecieron en sonoridad desparpajada para juntarse ya sin la cortina musical de la rabiosa Shakira a un estallido familiar siendo la casa así sacudida por un estruendo similar al de una tropa disparando sus tanquetas. A partir de ese momento y ya perdida toda vergüenza natural mis tres familiares se apoderaron de los baños mientras yo entre estallido y estallido escuchaba el accionar intermitente de las cisternas, descargando sin tregua el agua de mi tanquecito de reserva de 500 litros, el cual imagine desocuparse con rapidez. 

Abreviare el desenlace contándoles que en un par de días y ante la imposibilidad del disfrute vacacional, decidieron regresar a Bogotá no sin antes contarme que habían llegado con unos días de anterioridad a San Gil, donde se habían hospedado contrayendo allí la mentada bacteria y como aquel pececito del Bioparque, se fueron de mis manos calle abajo a buscar otras aguas más saludables y abundantes donde recuperarse.

Por: Una neurótica en Barichara

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